Lo impresionante de aquellos juegos era que los hacían una o dos personas (hoy necesitamos diez ingenieros para programar un botón); los mortales del común sólo podíamos imaginar cómo creaban esos mundos, no existía internet y la programación era un tabú para la mayoría.

Decidido a develar aquel misterio, conseguí algunas herramientas en los discos compactos que acompañaban las revistas de videojuegos de los 90's, entre ellas recuerdo especialmente a Div Games Studio (una joya del software español) y uno que otro compilador de C++. Pese a las muchas horas que pase frente al monitor de rayos catódicos que me acompañaba, mi máximo logro fue reproducir una canción en el Div. Recuerdo abrir los códigos de los programas de ejemplo y pensar para mis adentros que nunca podría hacer algo tan difícil como programar ordenadores.

Esa sensación de aventura intelectual es inexplicable: estar cada vez más hundido entre recovecos de bits buscando una solución para el problema de turno, experiencias que hoy han sido negadas en favor de la insípida ingeniería del software. Una lástima para las generaciones venideras, que no tendrán que exprimir sus neuronas pensando en problemas apasionantes sino haciendo aburridos trabajos de oficina.